jueves, 26 de noviembre de 2009

CONFORT Y CONTROL: BIENVENIDO A EUROPA

Y un buen día... llegó ese día. El avión finalmente aterrizó en el aeropuerto próximo a Madrid, tal como 15 años atrás. En aquella ocasión, había pisado el aeropuerto de Barajas con la sensación de estar en un lugar discretamente moderno, con gran afluencia de hispano parlantes en su mayoría, provenientes de distintos países. En ese entonces, España iniciaba su transformación y se perfilaba como un nuevo miembro relevante en la Unión Europea, dejando atrás una época de aislamiento y oscurantismo político. Digamos que en el 94, aún no existía el Euro ni se hablaba del Boom económico español, aunque sí se lo destacaba como el país más turístico del mundo…
Sin embargo, no hubiera podido imaginarme la transformación que percibí con sólo pasar por el aeropuerto. Esta vez, mi primer vistazo en España fue de apenas unas horas en Barajas, a la espera del trasbordo, pero fue lo suficiente para concluir que “el futuro ya llegó”. Barajas no era la misma. Definitivamente no, habían construido un nuevo aeropuerto tan grande y sofisticado que atravesarlo por completo podía tomar una hora aproximadamente, gracias al tren o metro que permite trasladarse de una terminal a otra.

Como era de esperar, a la hora de controlar a los pasajeros había una separación entre quienes teníamos pasaporte de la Unión Europea o estadounidense, y el resto. No puedo dar fe de las condiciones y los requisitos exigidos en los controles a los extracomunitarios, pero sí puedo decir que en mi cola se nos pidió quitarnos los cinturones, los calzados, los aparatos electrónicos y demás pertenencias sueltas. No sabría decir si la minuciosidad en los controles se debe más al temor a un atentado que a las llegadas masivas de nuevos inmigrantes; tal vez a ambos. Ante la duda por una riñonera que llevaba en la cintura, me vi medio arrinconado tras un biombo donde se me pidió que mostrara todo en su interior… en fin. Una vez superado el trámite me detuve a esperar en la zona de tránsito junto a los Free Shop. El mensaje subliminal parecía ser “ahora que lo aprobamos como ciudadano en tránsito, vaya y consuma”.
Una vez pasada la espera, el vuelo a Londres me condujo a esa ciudad que tanta intriga me causó durante tanto tiempo. Pero lo más destacable de la llegada no fue solo el cautivante cruce sobrevolando la ciudad (descubriendo una vez más la veracidad de los mapas) ni tampoco las largas colas para controlar los pasaportes, ni tampoco las multitudes de origen indio y pakistaní en el hall central sino un “pequeño diálogo” justo cuando estaba por llegar al mismo hall del aeropuerto de Heahtrow. Digamos que ella era amable, digamos que hizo bien su trabajo, digamos también que se supone que un tipo de pelo largo, barba y bigote, cargando una mochila grande mas otra chica y una guitarra, es de por sí alguien sospechoso, sobre todo cuando desafino. Bien, con todos estos supuestos ya podemos entender cómo es que esta inspectora a la hora de elegir a tan solo una persona entre varias me hizo sentirme un “destacado”… es decir, no le bastó con abrirme las mochilas y la funda para merodear hasta el último rincón, tampoco con hacerme un largo interrogatorio en el que sólo me faltó dejarle una muestra de sangre, sino que también controló los datos de mi destino en Londres y me vi obligado a dar muestras de solvencia económica. Una vez corroborada mi condición de “ciudadano apetecible” me vi por fin listo para deambular por las calles londinenses… en lo que fue luego una desesperada y pesada búsqueda de un Hostal que al final nunca encontré, un verdadero bodrio para mi espalda cansada y mis ojos ansiosos. Pero eso ya es otra historia… ahí vamos, Londres…